12 de marzo de 2010

Restos de fe

Los reunidos nos dispersamos en el amplio local. Los guerreros se llevaron al kender hacia la taberna, y este comenzó a emocionarse, con la simple perspectiva de poder saborear nuevos tipos de alcohol. Pienso en lo mal que puede asimilarlo un cuerpo tan pequeño...

Desvié mi mirada, y encontré a la hechicera aún en la mesa, cavilando. Pasaron escasos minutos hasta que se levantó y salió del local. Ignoraba su destino, pues en aquel momento me preocupaba el poco equilibrio que mostraba Arlie después del primer trago.

Me acerqué a ellos, observándolos con desconfianza. El kender farfullaba acerca del contenido de su copa. ¿Se quejaba sobre si ya no quedaba? Lo mismo daba.
- Caballeros... no creo que sea lo mejor...
- No os preocupéis, el kender sabe lo que se hace - carcajeó el guerrero desconocido número uno. - Acompañadme, voy a dar un paseo.

Acepté su invitación, así podría relajarme y despejarme un poco. Conversamos brevemente, acerca de los motivos que nos habían llevado hasta allí. Y también de los motivos que tal vez nos llevaran juntos en aquella misión de escolta.

Entretanto, la hechicera no se había alejado demasiado. Rondaba muy próxima a las monturas de los viajantes, entre ellas, la mía. Aquello me pareció divertido al principio. Se acercaba de las monturas, y se alejaba. Las rondaba. Se acercaba, y volvía a alejarse. Parecía muy abatida, dubitativa. Paladine perdone mi desconfianza, pero creía ver claras sus intenciones.
Se dirigió de manera distraída hacia el interior, momento que yo aproveché para comunicarle:

- Señorita, permitidme. Tocad a mi caballo y os enseñaré donde no debeis volver a tocar.

Su reacción fue de total ofensa, y entró airada a la posada. Y entonces fue cuando llegó la mayor sorpresa hasta entonces: el guerrero, con quién seguía charlando distraídamente, apartó su capucha para dejarme ver sus orejas levemente afiladas.

Semielfos. Kenders. Solo faltaba un verdadero elfo en esta inesperada aventura.

Volvimos a entrar, en mi desesperado deseo de asimilar la información.

- ... ¡Reorx! Allí está... en las profundidades de la tierra, amartilleandolo todo para crear este mundo... - fueron las primeras palabras que escuché.

Arlie vociferaba con toda la fuerza de sus pulmones el destino olvidado del viejo Reorx. ¡Ayúdame, Paladine! Lo tomé de inmediato para sacarlo de allí. Las palabras de los Dioses Verdaderos no son seguras ya en estos tiempos.

Bien alejados de la multitud, lo solté para comenzar mi interrogatorio.
-¿Qué es lo que sabes de Reorx? - inquirí con ansiedad
El tenía los ojos cerrados, no sabía si meditabundo o a punto de perder la conciencia se hallaba. Hasta que comenzó a hablar.
- ... Él sigue ahí... Sí... ¡No como dicen esos idiotas! Los Dioses Verdaderos... no nos abandonaron, ¡nosotros los abandonamos! - perdió el equilibrio levemente, y mientras trataba de recuperarlo: - ¡Como tú! Tu eres un caballero, ¡tienes que encontrar a Paladine!

Callé durante unos momentos, y le insté a guardar aquello como nuestro secreto. Cuando muestras cualquier entusiasmo por encontrar a los viejos dioses, parecen esfumarse como el humo.

"No sabes cuanta razón tienes, Arlie. Paladine no está tan lejos: está en nuestros corazones"

11 de marzo de 2010

Estableciendo objetivos

La joven que compareció en mi dormitorio durante escasos minutos veía en peligro su integridad por un indeseable. Imagino las noches que habrá podido permanecer en vela, inquieta por aquel despreciable ser. Debía ponerle remedio.

Aquella noche tenía poco, si no nada, más que aportar. No me restaba nada más que retirarme a descansar. O intentarlo, entre toda aquella tempestad.


El sol de aquella mañana había ahuyentado la tormenta de la noche anterior, pero quizás quedaran más truenos, y no precisamente en el cielo.
La posada servía el desayuno a los inquilinos, o al menos eso observaba desde la escalera. Cuando me dispuse a descender, sentí en mi espalda un pequeño choque que nada tenía que ver con mi armadura. Me volví para encontrar a Arlie, que, inmóvil, tan solo dirigió su mirada hacia mí, mezclando asombro y curiosidad. Sus palabras me hicieron volverme de nuevo.

Con un aire de misterio, me dijo:
- Necesito que me ocultes para evitar al cascarrabias del posadero.
Rebufé cansado, viendo que lo tendría pegado a mí hasta el momento de mi marcha.
- ... Porque tú eres un caballero, y ayudas a la gente. Como Paladine, ¿verdad?
Mis ojos se abrieron de par en par al escuchar al nombre del dios al que todo el mundo cree muerto. ¿Conocería esta criatura al dios que aparecía en mis sueños infantiles, aquel a quién pretendía encomendar toda mi existencia? ¿Habitaría realmente en su corazón?

Intenté por todos los medios relajar mi asombro, comenzando por bajar las escaleras hacia la planta baja. Por desgracia, el posadero había omitido por completo el deseo de mi pequeño amigo Arlie.

- ¡Tú! Maldito kender, ¡creía haberte dicho que te alejaras de este lugar!

El vozarrón del posadero no dejaba escuchar las protestas o réplicas del mediano, así que intervine. Todavía no sé si me arrepiento de ello.
- El kender viene conmigo, yo respondo por él.

El posadero me miró con desconfianza, segundos que Arlie aprovechó para escaquearse hacia una de las mesas vacías. El asunto se solucionó, y paseé mi mirada por el lugar.

La joven hechicera, que aún rondaba por allí, trapicheaba en no quise saber que. También encontré a los dos guerreros que defendieron a la hechicera, que me invitaron a sentarme con ellos.

- Señor, acompañadnos si gustáis - me ofreció el de menor tamaño.

Se presentaron como Sheleanort y Axel, y mantuvimos una corta conversación.

Lo siguiente para nosotros fue ver aparecer a una pareja de nuevos viajeros, que sobresaltaron a toda la taberna con su sola presencia: a toda vista eran gentes de alta alcurnia.
Todos los asiduos a este lugar no aprenden la maldita lección: el grupúsculo ahora reunido no permitiría los excesos de confianza para con las damas. Pero no hizo falta nuestra intervención. Su acompañante protegió a su compañera.

No puedo recordar exactamente el origen de la conversación; lo que no puedo olvidar es que ahora, tanto los guerreros como el kender y mi persona, nos encontramos ante una misión que puede resultar peliaguda.

Los guerreros negocian, el kender quiere entrometerse sin cesar, y la distinguida pareja me utiliza como traductor a todos los reunidos. Me sorprende encontrar a hablantes de solámnico en esta tierra. Si realmente tenemos un hogar común, estamos realmente lejos de casa.