9 de julio de 2010

Nueva fama en Solace

Descansamos una noche tranquila, gracias a los Dioses, bajo un techo. Cuando desperté a golpes de martillo, Sharon se encontraba ya en actividad. Y, tal y como sospechaba, Arlie seguía atado. Nada más verse libre corrió hacia la ventana y acto seguido, salió de la herrería. Nevaba. Zeros trabajaba en su yunque, y amablemente nos dejó el desayuno preparado.

Mientras observaba el paisaje nevado y planteaba mi próximo paso en esta ciudad, Sharon y Arlie se dedicaban a jugar en la nieve: creando muñecos y lanzándose proyectiles de nieve. Me recordaban a niños, los niños que todos desearíamos haber sido una vez se alcanza cierta madurez. Por ello no les reproché nada cuando Zeros se quejó de su comportamiento.

Decidimos, entre todos, descansar en aquella ciudad que parecía dechado de paz, y disfrutar también de las maravillas que la fiesta de Fin de Año podía ofrecernos. Aquella decisión tuvo preciados frutos. Arlie se maravillaba en el colorido y la variedad de artilugios que se mostraban allí. Incluso nos encontramos con algo bien curioso: un campesino, en lo alto de un wallenwood, parecía pedir ayuda desesperado. Quisimos preguntarle que le acontecía, pero los caballos nos retenían. Cuando dejamos por fin a los corceles, proseguimos la búsqueda del campesino, aunque había desaparecido de nuestra vista. Decidimos continuar nuestro camino.

Aunque, como ya debo empezar a acostumbrarme, los dioses quisieron que nos encontraramos con un nuevo conflicto.

Bárbaros, enfrentados a un comerciante. Parecía una especie de acusación, y no iba a permitir aquello, más aún sin pruebas concluyentes.

- ¡Cálmense! - exclamé irrumpiendo entre la multitud. Todos guardaron silencio, sorprendidos por mi intrusión - ¿Qué está ocurriendo aquí?

Uno de los bárbaros mostró gritó hacia la multitud, mostrando su desagrado y enfado:

- ¡Mercader, acusar nosotros robar!

Su Común fue suficientemente claro como para formarme una idea de aquello. No debo juzgar por las apariencias, pero el mercader parecía no escasear de nada, y su apariencia era demasiado segura de sí misma y poco indignada. Parecía tener a los guardias a su favor, que todavía permanecían quietos esperando a ver como acababa todo aquello.

Intenté mediar mediante el uso de la palabra, y omitiré cierto desenvaine de espadas, porque en seguida fue sustituido en atención por mi amigo Arlie: en un intento por ayudar, o eso quiero creer, se había hecho con varías piezas del carro del mercader. El dueño de este pareció hartarse de todo aquello, y nos obligó a pagar todo aquel desperfecto. La ventaja fue que se olvidó de los bárbaros y evitamos una injusticia. Podía quedarme satisfecho en aquel aspecto.

Nos alejamos para disolver el enfrentamiento y fue entonces cuando volvimos a ver a aquel campesino. Nos aproximamos hacia él, que nada más preguntarle cayó desfallecido.

En la hierba y entre sueños, murmuraba y sollozaba. Entre sueños nos dejó entrever su gran tormento:

- ... Mi hija... Devolvédmela... No os la llevéis...

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