6 de julio de 2010

Wallenwoods

Solace.

Una de las maravillas de nuestro mundo, especialmente importante después del Cataclismo. Ojalá pudieramos decir lo mismo de los individuos que se encargan de guardarla. Nada más llegar a las puertas, un individuo, reconocido por sus atuendos como un Buscador.

- Sed bienvenidos, viajeros. ¿Que os trae a Solace? - nos preguntó el Buscador.
- Venimos al festival, es bien conocido y queríamos disfrutarlo en su esplendor. - contesté con cautela.
- ¡Sí! ¡Y también buscamos a Paladine!¡Ups! Pero no debo decir Paladine.... - argumentó Arlie surgiendo de entre la nada.

En aquel momento, el mundo se me cayó encima. El encuentro anterior con otro Buscador no había servido de nada. De nada servía decirle a Arlie que no debía pronunciar el nombre de los Dioses Verdaderos, ya que nos iba la vida en ello. Lo cual parecía no percatarse, porque seguía jugando con aquella bola de nieve que había creado en el camino: Copito. Su incontinencia verbal podía costarnos la vida, y ahora alguien debía mediar por la situación. El Buscador mostró expresión de asombro, y se detuvo a mirarnos uno a uno. Axel guardaba silencio, tenso.

- ¿Cómo habéis dicho? - preguntó el Buscador mientras sonreía ambiciosamente - Me parece que no os he escuchado bien.

Arlie iba a abrir de nuevo la boca, pero todos en tropel nos adelantamos para salvar la situación.

- Se ha confundido, señor, no sabe lo que dice... - dejó caer Sharon, para después dejar una mirada asesina sobre Arlie.
- Por favor, señor, no tienen importancia sus palabras... - rogué a aquel individuo.
- De acuerdo... Olvidaré sus palabras, pero debéis ofrecer una contribución para los Nuevos Dioses y la causa de sus Buscadores...

Así que era aquello lo que buscaba. Debatimos la cantidad, y la oportunidad de no pagarla, pero la suerte estaba en nuestra contra. Las fuerzas de la autoridad le obedecían a él, y nosotros en cualquier momento estaríamos a su merced. Pagamos, y por fin nos dejaron entrar. El maldito Buscador, satisfecho con lo ganado, bendijo nuestra estancia y advirtió sobre su presencia. No debíamos olvidarlo.

Anochecía, y el camino había sido largo. La única posada del lugar, el Último Hogar, según nos indicaron los habitantes, debía ser nuestro refugio. Copito se encargó de hacer guardia a las puertas de la posada. Pero las desgracias todavía estaban por llegar. La posada estaba al completo, por lo que no teníamos donde dormir aquella noche. Al menos podríamos tomar algo como cena. Como espectáculo, un bardo narraba cuentos fantásticos para todos los oyentes, aunque no duró demasiado. Los Buscadores tomaron represalias al ver que el bardo narraba historias prohibidas y heréticas según su nuevo orden. Para colmo, se le arrebató su dinero.

No pude aguantar más. Golpeando la mesa, me levanté y me dirigí a detener aquella injusticia. El Buscador sonrió satisfecho: había caído en su trampa y, protegido por sus guardias, nada podía tocarle. Para después arrepentirme, me dejé llevar por la ira y desenvainé mi espada.

Los dioses quisieron que un desconocido parase todo aquello. No respondía de mis actos, y ese individo acabó con el tumulto. Pagó al Buscador y nos instó a la calma, nada podíamos hacer contra aquello. Nos marchamos del Último Hogar en un intento por buscar la tranquilidad, no sin antes hacernos con un refugio.

- Marchaos a la herreria de Zeros, el os acojerá - nos aconsejó el desconocido que era nuestro mediador - ... ¿A que estáis esperando? ¡Vamos, vamos!

Seguimos su consejo, dónde Zeros nos acogió de mal talante. Reacción natural, ya que distaba de la media noche. Nos ofreció una habitación común, que era mucho más de lo que yo podía preveer de aquella noche. Al menos, tendríamos un techo en condiciones.

- Podeis quedaros... ¡Pero atad a ese kender! - exigió Zeros con su rotunda voz.
- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? - preguntó Arlie entre la expectación y al borde de las lágrimas.
- ... Porque... ¡eres el invitado de honor!
- ¿Invitado de honor? ¡Vaya, que gran privilegio! - gritaba Arlie mientras Axel y un servidor se dedicaban a atarle.

Cuando estabamos por fin acostados y listos para dormir, podría decirse que Arlie se percató de su situación. Intentó desasirse en varias ocasiones, sin éxito.

- ¡Esto pica!... - murmuraba entre forcejeos. Pareció entonces acordarse de Zeros - ¿Señor?¡Señor! Es un privilegio ser vuestro invitado de honor, ¡pero este juego empieza a dejar de ser divertido! ¿Señor?

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