6 de abril de 2010

... Gracias

"Que el valor guíe mi mano, que el temple domine mi mente y mi espada imparta justicia"

No podía fallar. En ello me jugaba el honor, y la pérdida de este es igual a la muerte.

Salimos presurosos al exterior de la posada, pues allí resolveríamos toda la afrenta. Ellos eran tres, y yo tan solo uno. Pensé que sería suficiente. No presté demasiada atención, pero escuché levemente los pasos del kender detrás de nuestra procesión guerrera. Seguramente su curiosidad le obligaría a actuar como espectador.

Desenfundé mi espada, y me encomendé a Paladine. Dos frente a mí, uno de ellos mi verdadero objetivo. El restante, permanecía a mi costado, presto a tantear.

Reverencia. Ataque. Esquive. En cadena.

Tras mi reverencia, mi primer oponente, el ofensor de la dama, se abalanzó sobre mí. Con mi espada finté para esquivar su ataque de lleno. Quise aprovechar su guardia baja, pero su impulso fue suficiente para escapar de mi tajo. Un par de lances declararon nuestras habilidades en tablas, pues ninguno acertabamos a herir.
Uno de sus compañeros, que permanecía a mis espaldas, se lanzó sobre mí con aire traidor. Su espada fue certera y mi espalda recibió la herida. Victorioso se creyó, hasta que recibió en su mandíbula el golpe de mi empuñadura. Aquello bastó para tumbarle y dejarle incosciente.

Respiré profundo y miré al cielo un instante.

"Ayúdame, Paladine... no quiero morir"

Primera reacción de mi mente fue avergonzarme de aquel pensamiento, pero no podía negar las súplicas que dictaba mi aliento de vida.

Fueron segundos los que se llevaron esos pensamientos, pues enseguida regresé a la batalla.

Lanzé mi espada en un medio giro, pues uno de mis enemigos volvía a atacarme desde la espalda. No pude guiarme siquiera en aquel ataque, pero de su pecho brotó la sangre. Cayó al suelo, lamentándose y gimiendo de dolor. Lo contemplé durante unos instantes, para después abalanzarme sobre aquel malnacido que atormentaba a la joven. Podía cumplir mi palabra. La muchacha volvería a dormir tranquila y mi honor quedaría impune.

Como lanzas, nos mostramos mutuamente la punta de nuestras espadas. Aquello era vencer o morir.
Ignoro exactamente lo que pasó, salvó que mi espada había hendido en su cuerpo. Lo había herido de gravedad, y cayó inerte. Aquello había acabado.
Me derrumbé por fin, sintiendo intensamente el dolor de mis heridas y magulladuras. Escuché entonces un pequeño grito cerca de mí. Alcancé a ver tan solo como la cabeza de aquel hombre al que dejé incosciente caía de nuevo sobre el suelo. Y Arlie permanecía justo al lado, sosteniendo su jupak como si fuera el más inocente sobre todo Ansalon.

Tuve que reírme. Para él, todo aquello sería como un juego. Pero me había salvado.
Aunque todavía permanecía allí el herido que aún estaba consciente, no se veía con mucho ánimo luchador. Sus movimientos pertenecian a un escapista, un escapista muy veloz.

- ¡Que los dioses te guarden si vuelvo a verte aparecer! ¡¡Corre!! - le grité como último ataque. Y éste se apremió en obedecer, gracias a Paladine.

Me volví hacia Arlie, que rebuscaba entre los bolsillos del caído.

- Gracias, Arlie.

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