8 de febrero de 2010

Un encuentro mágico


Aquella noche parecía que todas las criaturas del cielo, divinas o demoníacas, lloraran por todos los males de este mundo. Mi pobre montura sufría abatida todos los obstáculos del camino, pero no pensaba martirizarla más.
La música alegre llegaba lejana a mis oídos, prometiendome un poco de descanso y un poco de agua. Mi camino se había hecho largo. Acostumbrado a las pocas comodidades que me permitía mi rango, lanzarse al camino a caballo y espada se antojaba a todos una auténtica locura. Pero seguía sin hacerseme cómodo las miradas extrañadas ante mi corpulenta figura y mi capa ajada.

Parecía un pequeño pueblo, por lo poco que pude ver, y bastante concurrido. Gran decisión: no había quién se atreviera a salir más tarde a mi llegada. Suponía un suicidio.

Los que serían mis compañeros de salón aquella noche concurrían y maldecían a aquella mala noche.

- ¡Mal rayo parta al que se le ocurrió cantar y provocar noche tan aciaga!
- ¡Pregúntale a Akel! Tan feliz y canturreando siempre... ¡algún día tenía que caer esta tempestad!

Oculté mi media sonrisa a medias penas, mientras buscaba alguna mesa libre en la que reposar por fin. Encontré un lugar en el que podía sentirme a gusto, alejado de todo aquel escándalo. Pero una figura que parecía más veloz que el rayo se me adelanto.
Un gruñido hosco me sirvió como invitación para desaparecer de ese lugar, así que no tarde en irme. No buscaba problemas, tan solo serían un estorbo en mi viaje.

Observaba todo aquello con la mayor tranquilidad. No podría moverme en bastante tiempo. Pero todo aquello tendría su punto de emoción cuando llegó aquella muchacha. Su capa estaba igual de empapada que la mía, solo que destacaba por su fuerte color púrpura. Se descubrió, y cuando dejó caer sus primeras palabras con el tabernero, comenzaron las burlas.

No solo había atraído mi atención. Me acompañaban en ella unos caballeros de aquellos a los que la sociedad debiera tener amaestrados hasta poderse comportar como verdaderos humanos. Sus voces de por sí ya eran estridentes, y me hervía la sangre cuando osaron tocarla.

Asiéndola de la cintura, decía con burlesca:

- ¡Acércate, preciosa! ¿Qué hacías tan lejos de aquí?

Sus compañeros reían aquella fanfarronada, mientras que ella intentaba zafarse.

- ¡Suéltame!
- ¡Vamos, no te hagas de rogar!

No quise soportalo más. Me acerqué con vigor, cortando a medias sus risas.

- Creo que la señorita quiere que la dejen en paz - dije con rabia contenida mientras me miraban con ojos sorprendidos, debido a su borrachera.

- Vamos, ¡no seais así! Ella quiere, ¿verdad?

La mirada de aquella joven fue suficiente respuesta, obviamente, ignorada. Siguieron con su juego hasta que la muchacha decidió acabar: de su túnica tomó una varita de magia que empuñaba con decisión.

El silencio se hizo en la taberna. Todos volvimos a nuestras respectivas jarras, un servidor incluido. Todo aquello que fuera magia era temido, pues la magia no provenía ya de los dioses.

Para todo Ansalon, ellos nos habían abandonado.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho, sigue así querido Caballero,pues estás más cerca de tu objetivo ^^

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